Hace unas semanas, como ya conté en post anteriores, El Alfil y la mula de carga y El crimen del congelador, tres amigos decidimos asesinarnos y escribir sobre ello, faltaba el relato de mi amigo Ángel Simón, blogger de latertuliadetheleme, hace un par de días, quizás cuatro, me lo mandó. Por problemas de tiempo no he podido publicarlo, es algo largo pero lo recomiendo encarecidamente. Aquí lo tenéis:
CONTRAGAMBITO S.L
El viento. El imperio del viento. En los recodos
de las fachadas. Por los terrados. Hinchando el cuerpo de la persiana
de enfrente. Acechando los resquicios de la ventana. Venido del fondo
oscuro de los callejones, de los dominios velados por la noche, de
ése inmenso cielo estrellado.
Aparta con
gesto de desagrado el cigarrillo que apaga en el cenicero de la
mesita. Permanece de pié ante la ventana, mirando. Sólo mirando.
Una sombra que observa desde la sombra de la sala. La esquina, con su
eterna luz débil, siempre amarillenta, siempre pálida, adquiere, en
estas noches de invierno, bajo la advocación del viento, una
intimidad especial. Despierta nostalgias de épocas melancólicas en
lugares desconocidos de la memoria. Ya no dormirá hasta que
amanezca. Ha colocado la posición en el tablero junto al ordenador.
Analizará y se acercará a la ventana del balcón La noche es ya un
proyecto delicioso, y, en el fondo de la sala, esperan las piezas,
iluminadas por una lámpara de pié arrimada a la mesa.
Rubhai
Kuba se acerca a la mesa. Envuelto en el aroma de una taza de té
caliente, que abarca entre sus manos, se embarga en un primer
análisis, en el que el programa ya está trabajando. La noche
promete, y el mundo queda ahí fuera, al otro lado del espacio que se
hunde en la penumbra.
Se acomoda en el sillón, añade un
dedo de ron a la infusión y se enfrasca en su trabajo. Su melena
fosca, despeinada, desprende un polvillo grasoso, al choque vulgar,
estridente y avasallador del interfono. Desconcertado y molesto, anda
rumiando durante el trayecto que lo separa del auricular.
-
¿Qué hace, maestro?- El vozarrón de Miguel, discípulo predilecto.
-
¿Qué horrass sson ésstass de llamarr? ¿Qué preguntass sson
éssas? ¿Erress Miguel? ¡De parranda en vez de esstudiarr la
Indo-Benoni! ¿Perrdiendo el tiempo con amigotess, calamidad?
-
Maestro, estoy con parte del equipo. ¿Podríamos pasar? Será cosa
de un instante... para ultimar la alineación.
- ¿Qué
alineassión? Ya esstá dessidida la alineassión. Sserrada,
ultimada, ssellada ssin remissión, ssin Maribel, ssin Ángel, ssin
ninguno de loss demáss petarrdoss que prretende incluirr el Club.
- Estoy
con Ángel y Maribel, maestro...
- ¡Ah!
Entonsses... ; entonsses, ésso ess otrra cossa. Ya esstá enviada.
La alineassión, digo. Todoss los que jugarrán, quierro dessirr...
Todoss... Ejem.
- El frío
y el viento arrecian; y las botellas pesan; será un instante.
- ¿Botellas? Esstá bien. Bajo a
abrrirr.
Rubhai Kuba desciende a la primera
planta: gruñendo, rascándose el aceite del cabello, limpiándose
las legañas de los ojos con la mugre de sus dedos. Da paso a los
visitantes tras descorrer los siete cerrojos de la puerta.
Miguel: -
Buenas noches, maestro.
Maribel: -
Buenas noches,querido maestro.
Ángel: -
Buenas noches, Don Kuba.
- Si, si, si. Maestrro, querrido
maestrro, Don Kuba. Ya, ya. Ssuban usstedes mientrrass ssierro loss
malditoss sserrojos. Don Ángel, o me llama ussted maesstrro, o Don
Rubhai, o Sseñorr Kuba. Le tengo repetido que el Don acompaña a
loss nombrress de pila. Perro en cuesstioness de trratamiento ssigue
ussted pess como en teorría, por máss que me empeñe en inculcarrle
lass máss elementaless nossioness. A ssu edad, y con essa mollerra,
no ssé cómo me empeño y cómo no dessisste: trrabajo perrdido.
Ssuban, ssuban y no contessten, que aquí abajo sse hielan loss
huessoss.
Entran los visitantes en la sala y
esperan agrupados, al amparo de la única luz, junto a la mesa con el
tablero y el ordenador. Cuando se presenta el anfitrión, Maribel,
educada y obsequiosa, comenta:
- ¡Qué
maravilloso ambiente, querido maestro! Su mesita, su luz, su tablero,
el ordenador, el rinconcito de trabajo, sin tapetillo, el té, la
botella de Pálido, la noche. Todo apropiado a fin de lograr el
aislamiento e íntimidad del artista.
-
Hassta que vienen miembrross de mi Club a interrumpirr a
desshorrass.- completa la frase el implacable Ajedrecista.
- Deliberábamos en el Círculo
sobre lo que desearíamos poner en su conocimiento... se nos hizo
tarde... nos han dejado encerrados... menos mal que Ángel sabía de
un juego de llaves.
Llaves que Ángel enseña
juguetón, cándido, traviesillo: “ Y
que pongo a disposición del señor Kuba”
-
Y como no tenían nada mejorr que hasserr...
Se dirige al otro lado de la
habitación y enciende una lámpara cuyo resplandor deja ver un
tresillo cochambroso, que ofrece con ademán desganado. Maribel, por
ser dama, y de calidad, se acerca la primera. Deshecha el primer
sillón, sanciona con un gracioso mohín de asco la revisión del
sofá, y, resignada, se acurruca en un lado del último asiento, los
brazos muy pegaditos al cuerpo. Ángel se apresura a ocupar el sillón
vacío, dejando a Miguel que comparta proximidad y efluvios de
Rubhai. Pero éstos no se sientan. Miguel, con un gesto de cabeza, da
a entender que quiere hablar aparte. Kuba y él se dirigen a la
cocina. Miguel explica:
- Tenemos
un problema. La dirección del Club exige que estos dos palomos
entren en el equipo.
- ¡Nunca!
Sserrá passando porr enssima de mi cadáverr.
- No se
altere, maestro. No los alinearíamos. Se haría por cubrir el
expediente. Y si alguna vez, Dios no lo permita, hubiera que hacerlo,
le informo que él ha sido cuatro veces subcampeón individual de
Almería, y ha triunfado siempre con el equipo en el campeonato por
clubes. Ella cuenta en su haber el campeonato de Andalucía y cuarta
en el de España. No está nada mal.
- ¿Cuándo
ocurrierron essass efemérridess?
- Bueno,
practicamente, hágase cuenta que yo no había nacido
- ¡No,
no y no! Yo no pongo en peligrro loss ressultadoss. Yo tengo un
prresstigio que mantenerr; tengo un ssueldo. ¿Por qué el interréss
de loss dirrectivoss? ¿No comprrenden el ssuissidio de tal
dessissión?
-
Él escribe, dicen. Ha publicado alguna que otra cosilla. Éso
significa acceso a subvenciones, se
murmura en los corrillos ajedrecísticos del Círculo. Trabaja en el
Consistorio... ¡Área de Hacienda, maestro!. Podría publicitar los
éxitos con su verbo y justificar con su pluma los fracasos... Y
ella... Ella perteneció a la Federación Autonómica... Tomaba
decisiones y trataba por ello con quienes usted ya sabe... Con éso
está dicho todo. En fín, no hay vuelta atrás. Yo quisiera...
-
¡Usted no quierre nada! ¡Quierren hundirrme entrre todoss! ¡Vaya
trress patass parra un banco! Le hago ssaberr que ssi ussted
perrtenesse al equipo se debe a que ess prropietarrio de essta cassa
y no pago el alquilerr, porrque le advierrto que temo su juego en el
tablerro más que a una varra verrde. Cuando ressuelve atacarr en
trromba, y lo hasse ssiemprre que la tiene ganada,¡misserrable!, me
echo a temblarr de pánico. ¡Como soltarr un mihurra en un salón!
¡Y no me haga hablarr máss de la cuenta!
- Recapacite, maestro. Piénselo. Va
usted a malquistarse con la sección de Ajedrez, que debe presentar
cuentas... Y éstos escritores, (y ajedrecista, una combinación
explosiva), son rencorosos-rencorosos... La lucha es feroz por la
cuota de mercado, la casi inexistente cuota de mercado... Lenguas
viperinas, cargadas de veneno... Y ella no tiene colocación fija...
las décimas en los baremos son vitales... ¡La supervivencia,
maestro! La necesidad es muy mala, tanto o más que el juego de la
necesitada... Y, como mujer, es terca como una mula... en su caso,
como dos mulas. Terquísima, no se puede hacer una idea de lo terca
que es. Pregúntele, pregúntele a Ángel.
El Candidato, sin dejar su
ofuscación, parece meditar, dudoso. Miguel añade apresurado:
-
Comprendo su postura, maestro, su reacción. La medida se ha tomado
sin consultarle, casi intencionadamente a traición. Ninguneando a
quien ocupa un puesto en la Historia del noble juego. Sin
consideración a su prestigio, a su clase. Nos utilizan, maestro,
para afamarse ellos en ámbitos ajenos a Caissa. Alcanzar la
categoría de Preferente de Honor como merece su historial y su
capacidad, es nonada para ellos, una tontería que les provoca
sonrisas piadosas. Sé que estas consideraciones rondan su mente,
hieren su honestidad profesional, manchan su nombradía en los tops
internacionales, se resiente...
-
¡¡Aaaaah!! Me abrress loss ojoss. ¡Miss títuloss arrasstrradoss!
¡ Me utilissan! ¡A mí! ¡A MÍ! ¡Perro yo me defenderré! ¡Yo he
lidiado mil batallass contrra loss dessafuerros de la FIDE!
¡Ssobrrevivirré a todoss loss venenoss, me enfrrentarré a todass
lass mulass! ¿Dónde esstán essoss dirrectivoss? ¿Dónde essos
arribisstass ignorrantess? ¿Dónde...
-
Modérese, maestro, que le puede dar algo, o derrumbarse el delicado
equilibrio que sostiene la porquería que nos rodea por todas partes.
Considere que su corazón y su próstata ya no son lo que eran.
Pueden oirle en el salón.
- ¡Mi corrassón estarrá casscado,
perro no mi deterrminassión!. Mi prrósstata... ¿Mi prrosstata? ...
¿A qué coño viene lo de mi prrósstata? ¡Y ssi ess porr oirr,
ahorra missmo van a oirrme con toda clarridad!
Se lanza como un energúmeno hacia el
salón, donde entra hecho una furia y se planta ante los dos
aspirantes, que se han levantado y retrocedido algo, por si acaso.
- ¿Qué
prretenden usstedess de míii; Don. Ángel, de quien todoss han leído
obrrass que nadie ha vissto, y únicamente gana lass parrtidass que
no juega; y ussted, Doña Marribel, que ssi logrra jugarr ssiete como
mássimo, pierrde onsse como mínimo, y no ssigo por conssiderrassión
a ssu ssesso?
-
¡Consideración! ¡Pues vaya consideración! Usted sabrá mucho de
ajedrez, pero en materias de modales y policía, deja mucho que
desear. Sin ir más lejos, ahora que me fijo, la bata es un
repertorio completísimo de lamparones, perdone que se lo diga.-
responde valientemente Maribel parapetada tras el sillón.
-
Piano, piano, no se nos ponga gallito ni se mueva tanto, que otra
tufarada como esta última y no veré más la luz del día. Por ganar
cuatro cerraditos, unos cuantos ópenes de poca monta, y tener un
nombre extranjero, no vaya a subírsele los humos a la cabeza.- Es la
contestación de Ángel, confiado en una furtiva comparación de
alturas y volúmenes con su interlocutor.
- ¿Cuatrro torrneíiitoss? ¿Ópeness
de mieeerrrda? ¡Ssépa ussted, sseñorr mío, que yo, YO, he ssido
candidato! ¡Yo he ganado interrssonaless! ¡Yo tengo un nombrre! ¡Yo
ssoy Rubhai Kuba! ¿Y ussted afirrma jugarr al ajedress y dessconosse
éssto?
Miguel se acerca, conciliador. Para
encauzar la conversación al margen de la torrentera del insigne
maestro, imprime a sus palabras un tono distendido cuando aborda,
sensato y tranquilo, a Ángel:
- El maestro es Maestro, con
mayúsculas. Ha alcanzado las cimas que menciona Y lo puede demostrar
cuando quieras. Amontona revistas en los idiomas que desees. En
cuanto a la valía de estos dos amigos, podría usted mismo
valorarlas en su justa medida jugando unas cuantas partidas esta
misma noche. Lo tiene usted todo preparado. Veo que es el juego que
le regalé.
Ángel cree adivinar las
intenciones de Miguel, y se muestra cooperador haciendo una
morisqueta simpaticona, como afirmando su total disposición. Maribel
asiente, sin abandonar su refugio. El laureado internacional titubea
unos segundos, pero al fín, alzando los hombros, acepta.
-
Maestro, busque las revistas que convenzan de su categoría a este
descreído. Mientras, voy a servir algo. ¿Hay vasos por aquí? ¡Ah,
en ese aparador de tu derecha, Ángel! ¿Qué vas a tomar?
- El
cólera, si bebo en estos vasos.
Es lo
último que oye con claridad Rubhai Kuba que ya desciende las
escaleras hacia la planta baja, en cuya habitación del fondo ha
amontonado, con su habitual pulcritud, el material que ilustra su
gloriosa carrera. Busca, rebusca, cambia montoncitos, extrae alguna
revista de en medio de una pila, con cuidado al principio, de un
tirón al final estropiciando el desorden, refunfuña, se enfada.
Y en ésto se afana hasta que un
ruído alarmante llama su atención. Como si arrojaran piedrecitas
por el suelo. Escucha. Parece que alguien se esfuerza. Sí, éso es:
alguien resopla; contiene la respiración, gime; vuelve a resoplar;
un pequeño rugido fruto de un esfuerzo contenido y todo queda en
silencio. Algunos pasos apresurados. Atiende: unas voces quedas y
apremiadas. Murmullos ahogados, quejidillos, gorgoritos. Sin
atreverse a subir, ni a preguntar, se arrima a la puerta de la calle.
La voz de Miguel, sonora y contundente, lo sobresalta.
- Será
mejor que suba, maestro.
- Perro,
¿ha ocurrido algo?
- Suba.
Cuando
Rubhai Kuba entra, receloso y alerta, contempla, por este orden:
- A Ángel de pié, frente a la entrada y junto al balcón, mirando hacia el tresillo.
- A Miguel, arrodillado ante el sofá en el que
- Maribel, sentada y echada hacia atrás, encima de su abrigo largo extendido, es víctima de un temblor casi imperceptible que afecta a todo el cuerpo; la piel como acribillada de manchitas; los ojos bailando en sus órbitas; labios entreabiertos, con ansias de respiración.
Perplejo, enmudecido, mira a los dos hombres con
expresión interrogatoria. Ninguno responde. Al fin, sin moverse de
su sitio por prudencia, logra preguntar con un hilo de voz
enroquecida:
- ¿Qué... qué ha passado?
Miguel mueve
desoladoramente la cabeza, hundido en el abatimiento de una fatalidad
irremediable:
- Palosanto.
- ¿Eeeh?
- Palosanto
- ¿Palo... santo?
- Si, éso he dicho:
Palosanto. Es, o era, terriblemente alérgica al Palosanto. Un caso
desesperado, uno entre un millón. Reacción alérgica fulminante. Ya
tuvo una hace años, en el Círculo. Fué rozar no sé qué, hecho en
madera de ese árbol maldito, y rodó por el suelo. Se salvó
providencialmente porque lograron trasladarla sin dilaciones a la
Bola Azul. Por un sólo toque, que no debió de durar más de un
segundo. Que lo cuente Ángel, maestro, pues fue testigo presencial,
si es que puede recuperarse de lo que ha provocado con su acto
fatal.¡Ha sido una dosis masiva!
- ¡Y yo qué iba a
saber, Dios de los ejércitos armados!- exclama Ángel, desgarrado,
pero alardeando de lecturas, y se vuelve hacia el balcón, dando la
espalda a Kuba. Convulsionado, emitiendo un indefinible lamento por
entre sus labios cerrados.
El Candidato se deja
caer en la silla. No entiende ni quiere entender. No sabe, ni quiere
saber. ¡Una muerte en su casa! ¡Una dosis masiva! ¡Una muerte en
su casa por una dosis masiva! ¡Cuando lo único que deseaba en esa
noche era analizar tranquilamente una posición! La posición que
tenía en el tablero, a su lado. Ésa. “¿Ésa?” parece
preguntarse extrañado, incorporándose algo del asiento. ajeno por
momentos a la tragedia que se desarrolla alrededor.
Una tosecilla particularmente insistente de Ángel
lo devuelve a la consciencia. Ángel, aún vuelto al balcón, mira
hacia la víctima. El Ajedrecista sigue la dirección de su mirada.
Maribel yace sin moverse, los ojos fijos abiertos al vacío
inabarcable del Infinito, la boca con el mentón descolgado: sima de
entrada a lo Desconocido, entrada que amenaza engullirlo todo en un
bostezo descomunal. Miguel se levanta. El silencio ominoso. El viento
que arremete contra la ventana, como exigiendo un tributo que le
perteneciera: un alma humana que abandona su cuerpo. Miguel se acerca
a Ángel y coloca una mano consoladora en su hombro:
- Habrá que llamar a
un médico. Dar explicaciones. Puede que la policía, querido amigo.
- ¿La polissía? ¿Porr qué la polissía?- Kuba
se levanta del asiento, movido por un resorte- Yo tengo residenssia
prrovissional, pendiente de papeless. Ha ssido un acssidente. Un
dessgrrassiado acssidente, perro acssidente. Bueno, yo no esstaba
aquí. Me habíass enviado abajo. Tú missmo. Ssí., tú missmo. Lo
recuerrdo perrfectamente.
Se interrumpe. Adivina en las miradas de ambos
algo que no encaja. Barrunta complicaciones.
- Porrque ha ssido un
acssidente. ¿O no ha ssido un acssidente? ¡Quién iba a imaginarrse
que había porr aquí Ssantopalo! ¿Qué ess Ssantopalo?
- Palosanto, Don Kuba.
Palo-Santo. Ahí, ahí.- Ángel señala con la barbilla un vaso con
líquido transparente en la mesita baja del tresillo.
-¡Ah, una bebida extraída del árrbol! Ella bebió
Palossanto, pobrressita mía ¿Quién ha trraido bebida de
palossanto? La otrra vess tocó algo que esstarría empapado de
palossanto. Ella no bebía.
- Se la dí yo con mis
propias manos.Yo la puse en su boca, yo la obligué a ingerir dos
buenos tragos, yo la maté inconscientemente, Don Kuba. ¿Y como voy
a vivir yo con este peso?
- ¡Y a mi qué me
imporrta! ¡Ussted la obligó a tomarr ssu prropia muerrte ssin
intenssión de matarrla! ¡Ussted le adminisstrró a la fuerrssa la
bebida morrtíferra sin saberr que erra morrtíferra! ¡Le hisso
beberr palossanto cuando sabía de su alerrgia, sin saberr que erra
palossanto! ... Yo no comprrendo nada.
- Muy fácil. Creí
que era agua y le aticé más de la mitad del contenido.
- La forrssó a beberr
agua... que ressultó no serr agua. Perrfecto. No me diga máss. Todo
essplicado. Cualquierra en ssu lugarrr hubierra hecho lo missmo. Yo,
como ussted, cuando se aprrossima una mujerr del génerro femenino,
me tirro parra ella, y le endiño un vasso de agua porr el gassnate,
quierra o no quierra.
- No se entera usted
de nada, Don Kuba.
- Se essplica y actúa
como juega, Don Ángel. Y porr lo que veo, con loss missmoss
dessasstrrossos ressultadoss.
- ¡Qué carga tan
insufrible
es el aliento vital
para el mezquino
mortal
que nace en signo
terrible!
- ¡No me venga con literraturrass en essta
ssituassión! Éssto lo dessssifrro yo antess de que me echen de
Essppaña.
Se acerca con decisión al vaso infernal. Huele:
“Esste olorr...”
- ¿De dónde prroviene el líquido?
Miguel le acerca una
botella que estaba sobre el aparador. El Ajedrecista e investigador
provisional lee:
Licantropoff
- Más abajo, maestro.
Destilated
in...
-
Más abajo.
60º
-
Aquí, cojones, aquí:
Aromatizado
con extractos de madera de Palo Santo
-
Essta botella no ess mía, que consste. La
trajerron usstedess, a mi no me mirren. ¿Y por qué la forssó a
beberr?
- Le había
dado un mareo.
- Un marreo...
- Sí, estaba jugando
allí con Miguel; soltó un resoplido y cayó sobre el tablero. Las
piezas salieron esturreadas por todas partes. No gana uno para
sustos.
- ¡Las piessass! ¡Ésso ess..!
Rubhai, acelerado, olfatea el Licantropoff, se
abalanza hacia el rincón, olfatea una torre; a continuación, un
alfil; después, el rey; busca en derredor, como si le fuera la vida
en ello. Encuentra la caja de las piezas, lee, pega un saltito, se
vuelve con ojos de poseso, da unos pasos hacia Miguel. Miguel, con
prudencia comprensible, se coloca tras la mesita del tresillo, junto
a la difunta. Ángel interviene, diplomático, procurando disminuir
tiranteces, cuando el Insigne se ha detenido, agitado, en medio de la
estancia:
- Pues, a lo que iba.
Deciamos hace un minuto que ella se desplomó. Miguel la incorporó
tras esperar un ratito, sin duda paralizado por la sorpresa; la
incorporó, con cierta brusquedad e indelicadeza, si se me permite el
comentario; la arrastró hasta el sofá sin ningún miramiento a su
condición de sexo débil; me señaló el vaso con gesto que descifró
al instante mi pronta inteligencia. Mientras le administraba la
dosis, él recogió los trebejos y los puso en su sitio. Recuerdo...
- Para ya, hombre. Con
lo lacónico que eres, y hoy no se te queda nada en el tintero.
Innecesaria tanta información. No somos ni el doctor ni la policía.
No te desbordes, que no estamos en una de tus narraciones, atente a
lo esencial.
- ¡El doctor! ¡La
policía! Se me habían olvidado. ¡Con lo preguntones que son los
miembros de esos dos colectivos! ¡Qué preguntones, pero qué
preguntones son! Y más que nadie, la policía: siempre indagándolo
todo, siempre curioseándolo todo, siempre anotándolo todo. Es como
una obsesión. ¡Y mis huellas en el vaso! Indelebles sin duda
alguna, con esos vasos... Porque, ¡vaya vasos, Don Kuba!
- Tengo una plan
ideal. Nadie podrá involucrarte. Ni al maestro.
- ¿A ÉL, A MÍ,
monsstrruo?
- ¡Maestro!
- ¡Don Kuba, por favor, repórtese!
Sin darle tiempo a reportarse, se oye, desde los
lugares de Miguel y la finada, unos chasquidos de lengua en paladar,
propios de una boca reseca. Miguel se apresura a cerrar la luz,
aclarando:
- Maestro, me está
poniendo nervioso. Me he quedado sin saliva viéndolo así. Y a
ella... los ojos como muñeca de pobres, las dos líneas de dientes
tan separadas, que veía desde aquí los empastes y la campanilla...
¿No tiene por ahí algo con que cubrirla? ¡Ay!
- ¿Qué... qué ha
ssussedido? Sse ha... sse ha movido.
- He tropezado con la mesa. ¡Qué se va a mover,
maestro, si está tiesa como si le hubiera dado un garrotillo!
A partir de ahora, y
hasta que avisemos al lector, Miguel habla medio vuelto a Maribel,
silabeando con notoria precisión las frases, ante un Rubhai
estupefacto viendo el desparpajo con que se comportan los dos
sobrevivientes del Club que preside.
Habla siempre Miguel, retrasmitiendo:
- Yo de-jé en a-quel
al-ti-llo del fon-do un co-ber-tor re-cién com-pra-do, nue-vo, sin
es-tre-nar, den-tro de su es-tu-che y en-vuel-to en la bol-sa de la
tien-da.
- Án-gel ha i-do a
co-ger-lo.
- Án-gel lo co-ge
- Án-gel qui-ta la
bol-sa.
- Án-gel des-co-rre la
cre-ma-lle-ra.
- Án-gel ex-tra-e, con
la tor-pe-za que le ca-rac-te-ri-za, la man-ta.
- Án-gel la
ex-tien-de, y, ha-cién-do-se car-go de la si-tu-a-ción, co-sa
sor-pren-den-te en Án-gel, sa-cu-de la man-ti-ta por un la-do.
- Án-gel le da la
vuel-ta y re-pi-te, vo-lun-ta-rio-so, la o-pe-ra-ción por el o-tro.
- Án-gel la a-cer-ca
él mis-mo en ma-no.
- Án-gel y yo la ex-ten-de-mos en-ci-ma de
Ma-ri-bel sin que ro-ce en nin-gún si-tio.
Al lector: volvemos a
la normalidad.
Cubren el cuerpo con precaución, muy detallosos.
Cuando se vuelven, con el aire satisfecho de quien ha cumplido su
deber, se encuentran a un Rubhai Kuba que no acierta en cómo tomarse
lo que ha presenciado. Estirado, quieto, zarrapastroso, ha adquirido
un halo de nobleza churretosa, la apostura de un aristócrata de la
mendicidad en estado precatatónico.
- A verr, a verr... un minuto, que me recuperre...
Dónde esstaba... Quién ssoy... ¡Ah, ssi! ¡Monsstrruo abominable!
¡Fierra del Averrno! ¡Demonio vomitado porr lass entrrañass del
Abissmo! ¡Tú! ¡Tú!
Avanza hacia ellos al ritmo de sus imprecaciones,
el brazo alargado, señalando con el dedo.
Ángel: ¿Yo?
Rubhai: ¡Él!
Miguel: ¿Yo?
Ángel: Pues claro, tú. Si no soy yo, eres tú; no
te hagas el longui. ¿Verdad Don Kuba?
El Ajedrecista hace un amago de rodear la mesita
por la derecha. Ellos retroceden por la izquierda. Amaga ahora por la
derecha; ellos, a la izquierda. En vista de que no se dejan
aproximar, desiste y vuelve al centro de la estancia. Desde allí
aborda a Ángel:
- ¿Quién comprró
lass bebidass?
- Maestro, no creo ser
el momento conveniente...
- ¡Cálla,
dessalmado, esstoy prreguntando a Don Ángel! ¿Comprró ussted lass
bebidass?
- Un momento, que
medite... hoy es martes... ayer fueron gurullos... el bulto aquel...
la mili... No, definitivamente, no fui yo.
- ¿Fué ussted el
prromotorr de la reunión?
- No, me llamó
Maribel, que la había llamado Miguel. Dijo, me acuerdo como si lo
tuviera presente, que...
- ¿De quién fue la
feliss idea de vissitarrme?
- De su estimado
discípulo, Miguel.
- ¿Invitó ussted a
la víctima a jugarr mientrras yo busscaba lass malditass revisstass?
- ¡Qué va!
- ¿Llenó usted el
vasso mientrras yo esstaba aussente? Aussente, no lo olvidemoss
nunca.
- No. Sólo bebo
ginebra, y tiene usted una cristalería de juzgado de guardia.
- Limítesse a
contesstarr a lo que sse le prregunta. ¿Ssabía ussted que una de
lass botellass contenía esstractoss de ssantopalo?
- Palo-Santo, Don
Kuba... Repita conmigo: Pa lo san to
- Cuatrro vesses
ssubcampeón... Prrimerr tablerro en el equipo durrante añoss...
Inessplicable... ¿Lo ssabía o no lo ssabía ussted?
- ¡Qué iba a saber
yo!
- Váya a la cossina.
Déjenoss ssoloss.
- No sé si debo. En
sus condiciones...
- ¡A la cossina! ¡A la cossina o no resspondo de
mi!¡A la cossina!
Ángel obedece no sin comunicar primero a Miguel:
“Voy a la cocina”. Rodea al prestigioso Maestro, y
ya en la puerta, a todos: “Estoy en la cocina, por si necesitan
de mí”. El Candidato alza los ojos al cielo: “Casso
perrdido. ¿Y usstedess penssarron que yo iba a perrmitirr alinearr a
ssemejante, ssemejante...?” Ángel se encuentra con el pasillo
a oscuras, y, ahora que cae en la cuenta, no sabe dónde está la
cocina. Inopinadamente, el Maestro resuelve la situación como un
torbellino. Lo coge del brazo, lo arrasta a una puerta, lo empuja
dentro del habitáculo y enciende la luz. Es la cocina, que no
describimos por consideración al limpio y paciente lector. Allí lo
agarra por las solapas, aproxima sin previo aviso el rostro al de
Ángel y susurra, casi boca con boca:
- Aquí no noss oye. Cuénte punto porr punto lo
que ocurrió al ssentarrse loss doss ante el tablerro.
Ángel se lleva la mano a boca y nariz, con ojos
de terror, congestionado, alcanzando un rojo subido, de tonalidades
impropias en la especie humana. Llegado de los infiernos, surgido de
las ciénagas putrefactas del Cocyto, se le ha incrustado en el alma
una pestilencia corrosiva, cortante, de una agresividad brutal.
Encomendándose a la Virgen y todos los Santos, abre un resquicio en
la boca para decir de carrerilla:
-Ellapusotodaslaspiezasmientraselseencargabadelreloj.
-¿Qué?... ¿Cómo?
-
Élpusoelrelojyellacolocólaspiezas.
- ¿Quién lo
disspusso assí?
- Él.
- Maquiavélico. Asstuto. Calculadorr. Minussiosso.
Todo medido. Milimetrrado. Si fuerra assí jugando... Ussted esperre
aquí hassta que yo sse lo diga. Sse juega ussted ssu desstino.
Sale del golpe, dejando a Ángel luchando,
efectivamente, con su destino: una asfixia mortal. Cuando entra en el
salón. Miguel, de pié, mira al exterior por la ventana del balcón.
Entorna los postigos y se gira.
- Ussted habrrá
comprrendido que lo he desscubierrto todo. Antess de que hable, ¿no
tiene nada que dessirrme?
- ¿Me habla de usted,
maestro?
- Ssí, ssí. Ya no
puedo, con lo que ahorra ssé, tutearrle. Ussted conossía su
padessimiento, essa alerrgia tan esstrraña, y trrassó ssu muerrte
con una prremeditassión esscalofrriante, con una frrialdad
diabólica. ¿Quierre contarrmelo o tendrré que contárrsselo yo?
- Ángel le dió la
bebida.
- Que ussted comprró
y ha trraído esta noche, que ussted verrtió en el vasso sin que él
lo notarra, (algo no muy difíssil, lamentable crriaturra limitada),
vasso que ussted le sseñaló parra que dierra a beber a quien no
podía defenderrse. Perro no fue la bebida el instrrumento de
ejecussión.
- ¿No?
- ¡No! Tampoco fue
Ángel el brrasso inossente que descarrga, ssin ssaberrrlo, el golpe
definitivo.
- ¿No?
- ¡No!
- Me tiene usted en
ascuas, maestro.
- ¡Qué prressenssia
de ánimo! ¡Ssi la utilissarra en el tablerro! Todo el inssidente
del vasso esstá penssado parra que crreyérramoss que él erra el
autorr de éssta muerrte. Hay que tenerr mala condissión.
- Él lo ha admitido.
- Admite que dió a
beberr lo que contenía el vasso, ¡perro ella... ella ya esstaba
envenenada!
- ¡No joda!
- ¿Pitorreo? No ess
el momento ni el lugarr, ni ssoy la perrssona. adecuada. La invitó a
jugarr. Sse encarrgó de manipularr el reloj, y dejó que ella
colocarra lass piessas. Sí, essas piessas que ussted me regaló...¡y
que esstán fabrricadas en maderra de Palossanto! Cuando se
dessplomó, dejó passarr un esspassio de tiempo a fin de que la
reassión fuerra irremediable. ¡Ussted la mató! ¡Jaque mate!
- Maestro, no sea
usted de su pueblo. Ssi hubierra ssido assí... Perdón, me ha salido
sin querer, me está desquiciando con tales insinuaciones. Le dió
como un vértigo. Ángel se abalanzó a atenderla, y, sin pensarlo
dos veces, como él hace las cosas, le vació más de medio vaso. Éso
fue todo. No se haga mala sangre.
- ¿Inssinuassioness?
Le esstoy acussando forrmalmente, con todass lass de la ley. Colocó
otrra vess lass piessass con el fin de que no advirrtierra que habían
esstado jugando. Y como no ssabía la disspossissión, mirró el
librro, se orrientó porr el carrtón con que sseñalo, vió el único
diagrrama que aparresse en esa página, y lo reprrodujo en el
tablerro. No erra la que erra. Prrimerr errorr, aunque mínimo. Perro
Ángel lo vió, esstaba aquí, lo ha referrido. ¿Contaba acasso en
que no reparrarría en lo que tiene ante ssuss ojoss? ... Prregunta
esstúpida, conossiendo a esse hombrre.
- Confiaba en que con
el follaero y con el despiste que lleva encima a todas horas... que
ha perdido no sé cuántas partidas por dejarse el móvil
encendido... , pues éso, que sólo tendría entre ceja y ceja que él
la mató; y, sin embargo, mire usted por dónde, esta noche se ha
extendido en dar pelos y señales... No puedo con usted, maestro.
¡Cabeza privilegiada! ¡Imponente! Y no tan de mala apariencia si la
adecentara de vez en cuando.
- La lavé el ocho del mess passado, luego me toca
el ...- contesta mecánicamente Ruhai Kuba llevando la cuenta con los
dedos. Pero se recupera inmediatamente- Me esstá disstrrayendo ¿Porr
qué, disssípulo malogrrado? ¿Porr qué?
Se deja caer en una especie de taburete. Tal que
un personaje de Dostoievski Miguel da vueltas por la sala con pinta
de perturbado mientras va desplegando las razones de su mala
conducta:
- ¡Querían
sustituirle, maestro! ¡Iban a colocarle a estos dos pájaros de
cuidado! En realidad, la pájara de cuidado era ella; él es un mirlo
blanco. ¡Y usted rebajado a figura de comparsa! ¡Usted, mi mentor,
mi guía, mi norte en los juegos de la inteligencia, el superhombre
en los reinos del ajedrez, la Voluntad en estado puro, mi Zaratustra!
Usted me llevará al titulo de Gran Maestro, a las cumbres pristinas
del juego por excelencia, me hará contemplar los paisajes ilimitados
que se divisan en las alturas, a la realización en las 64 casillas,
en mi existencia entera! Me postro ante su magisterio, me consagro a
su inteligencia. Le besaría las manos, pero aún no me han expedido
el carnet de manipulador. Con éso se lo digo todo.
Rubhai Kuba, persona al
fin y al cabo, se conmueve. Contempla dolorido la agitación de
Miguel, discípulo predilecto; esboza una mueca de puchero, dos
lágrima asomando por entre la conjuntivitis de sus ojos. El Maestro
es un hombre. Posee un corazoncito. Minuto decisivo, axial, en el que
dos Hombres se encuentran en las señales de su destino, en el que
dos Mentes se reconocen en la filiación de su origen, en el que
suena en la sala, inequívoco, inapelable, un estornudo. Y, por
añadidura, Maribel, desmintiendo su estado, se suena las narices. El
Ajedrecista, para resumirlo y economizar palabras, se hunde en un
desorden mental. Con un gemido continuo de terror en su garganta, se
yergue de golpe, farfullando en kurdanés, una de las cuarenta y pico
lenguas oficiales en el Kurdasestán, su ahora añorada
patria. Miguel, tras un instante de confusión, se hace cargo de las
circunstancias. Sienta de un empujón en los hombros a su gurú, y,
como un polvorilla, corre hacia el tablero, recoge un manojo de
fichas, se acerca a Maribel, y, antes de desaparecer bajo la manta
que la cubre, anima al Candidato: “No se desconcierte. Deseche
preocupaciones, déjelo en mis manos. Le descargo este cargamento de
Palosanto en el canalillo y concluimos en un periquete” El
aludido no da señales de reaccionar. Mira hacia el bulto que forman
los dos cuerpos bajo la manta. Ido, lo que se dice ido. Aunque unos
restos de actividad racional debe permanecer en su espíritu, porque,
al oírse como unas risillas apagadas, unos murmullos reprimidos,
procedentes de aquellos lugares, se levanta y con dificultad va
acercándose, acercándose. ¿Se ríe la moribunda? ¿Miguel recita
ensalmos? ¿Se entrega a conjuros? Miguel asoma la cabeza, el cabello
alborotado, ojos lacrimosos, un riptus en la comisura de los labios:
- Los estertores
finales. Tráigame unas cuantas piezas más, que se las distribuya
por aquí y por allá. Comportémonos como cristianos y pongamos fin
a esta agonía indecente. ¡Es dura, resistente! ¡Si no llego a
tiempo...!
Rubhai camina, zombi,
hasta el tablero. Vuelve con las manos llenas de trebejos que Miguel
recibe a medio camino. Hace sentarse al kurdasestanés. Desaparece de
nuevo bajo el cobertor. Un último suspiro estentóreo. Maribel
estira las piernas. Miguel se presenta.
- C’est fini.
Finito. Acabado. Ya le comenté que era terca, atascada.
- La ambulancia... la
comisaría.. el cuerpo...
- Déjeme que le
explique. Su mente preclara adivinó que lo tenía todo preparado.
Muy bien preparado. Sí, amañé el escenario para que Ángel se
autoinculpara de una muerte accidental, pero ha sido a fin de obtener
su colaboración. ¿Se encuentra usted en condiciones?
Rubhai no dice nada. Ha
renunciado.
- Bueno, da igual como esté. Yo se lo cuento.
Recordé que Ángel conocía la existencia de ese juego de llaves que
ha enseñado. Varias veces, en sus tiempos, cuando aún se suspendían
las partidas habían permanecido a altas horas en los salones para
analizarlas ¡por lo que se ve, hubo épocas sin ordenadores, fíjese,
en los años de marí castaña! Él cerraba. Él sabía dónde se
guardaban esas copias. A mi hora, cierro cuidadosamente la puerta de
la habitación interior donde estábamos, apago todas las luces de
las demás estancias, de tal manera que, tanto desde la calle como de
la planta baja, el segundo piso se ve a obscuras. Bajo las escaleras
como para salir, informo al portero que no queda nadie arrriba, le
doy las buenas noches, y me refugio en el cuarto de guardarropas. Y
he esperado. El portero apaga las luces del primer piso, habrá
comprobado que no hay luz arriba. Oigo las llaves en la cerradura. Y
el silencio. No tengo más que subir y anunciarles a estos dos
pardillos que nos hemos quedado encerrados. Mediadas varias
indicaciones solapadas por mi parte, Ángel da con la solución,
alegrete como un niño que ha resuelto un rompecabezas de ocho
piezas. ¡Qué poco cuesta hacerlos felices! ¿La finalidad de todo
este galimatías? se estará usted preguntando. Y si no se lo ha
preguntado, lo hago por usted. Ángel y yo nos vamos a llevar el
cadáver al Círculo Mercantil. Ángel sabe en qué sala le dió
aquel ataque a la fallecida, donde había algo realizado en esa
madera nefanda. Me llevo las piezas y las dejo a su lado, para darle
más énfasis a la situación. Y nos vamos. Mañana colocamos las
llaves en su sitio, aprovechando el caos que supondrá el
descubrimiento del cuerpo y sanseacabó. Una estrategia maestra. ¿Qué
le parece?
- ¿Don Ángel... se
prrestarrá?
- ¿Ángel? Ángel a
lo único que aspira en la vida es a la tranquilidad, a que no lo
molesten: un camastrón con todas sus letras, se lo digo yo. No
utiliza la memoria para evitarse agobios. Lo que le sucede hoy lo
echa al olvido mañana, la persona que no ve en tres días, es como
si no hubiera existido nunca. Así va: medio ennortado. ¡Y quería
usted inculcarle teoría! ¡Tantas variantes en la cabeza! Con cuatro
o cinco reglillas a lo sumo, se apaña. Me veo en la obligación de
reconocer que no lo hace tan mal: no salgo de las tablas por más
peones que le gane. Menos mal que también lo despacho.
El Ajedrecista
retrocede el cuerpo.
- No, no así. Lo
despacho a Ohanesburgo. Se ha comprado una casa allí, chifladuras de
poeta. ¿No sabe usted por dónde cae Ohanesburgo? Yo tampoco lo
tengo muy claro. Alguna ciudadela de esas europeas con encanto junto
a otra que también acaba en burgo. Dos pájaros de un tiro. Con
haber aludido a la policía, ya lo tengo en el bote. Papeles,
abogados, interrogatorios... Se prestará a lo que sea con tal de
quitarse el muerto de encima. Llámele y vaya a descansar. Yo lo
dispongo todo. No es necesario que lo presencie. A su cuarto. Daré
un toque por el interfono cuando ya pueda correr los cerrojos.
Exactamente, lo que
desea con toda su alma Rubhai Kuba. Cuando entra en la cocina, Ángel
está inclinado en el frigorífico abierto: apartando todo lo
florecido, busca algun recipiente sin abrir y en plazo de
consumición. En su mano izquierda, una bolsa de mediasnoches. El
Insigne le oye hablar de alguien desconocido:
- ¡Qué barbaridad!
Ver para creer. Su persona, un top model, con fecha caducada, de la
pasarela Churretes; entrar en la casa es visitar una impecable
exposición de Pocilkea; abro el frigorífico y me enfrento al museo
de los horrores.
- Don Ángel, Miguel
ssolissita su prressenssia.
Ángel entorna con el
pie la puerta del frigorífico. De pié, con la bolsa aún en la
mano, se deshace en explicaciones mientras espera a que Rubhai
despeje la salida;
- Don Kuba, las
preocupaciones me dan hambre. Somatizo en la boca del estómago, como
un vacío ruidoso, por esta zona, a borbotones y tengo que aliviar
las ebulliciones comiendo. Los disgustos me engordan. Como ingrese en
el Acebuche, voy a acabar enorme, habrá que proceder a una reducción
de estómago. Estaba aburrido, sin hacer nada. El que espera
desespera; que hay que ver lo atinado de los dichos españoles: con
razón oímos que no hay refrán que no tenga su verdad, o que no hay
refrán que no sea una sentencia. Escribiré algo sobre el tema. Algo
ligero, agudo, de gracia etérea, sencillo, sin complicaciones, para
que lo entiendan su discípulo y Maribel. ¡Por Dios, Maribel, cómo
ha podido olvidárseme; de cuerpo presente! ¡Desgraciada Maribel, ya
no leerá nada mío! No somos nada. ¿Qué es la vida?, Don Kuba. Un
frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los
sueños, sueños son, Don Kuba.
Don
Kuba se aproxima a Ángel, coge la bolsa de mediasnoches, se da la
vuelta y sale. Cuando Ángel se asoma, lo ve avanzar despacio,
sobrepasar la puerta de la salita, continuar hacia el fondo, a su
dormitorio; entra, cierra la puerta y echa el seguro.
El ex candidato,
sentado en la cama, zampándose una medianoche, en espera de que
desaparezca la troupe que se le ha colado en casa, figura un santo de
estampa, caminero, desaliñado, un seráfico apóstol del andrajo
vagando en aspiraciones celestiales de quietud, reposo, armonías.
¡Ah, no estar allí, no estar en la ciudad, no estar en el país; no
estar en el continente, en la Tierra, en la Galaxia; no estar en
ningún lado. Sobre todo, no estar allí.
El narrador confiesa humildemente desconocer los
pormenores respecto al traslado de los restos mortales de la finada,
por lo cual se limitará al díálogo que sostuvieron Ángel y Miguel
en su fúnebre cometido y que llegó a oídos del Maestro; diálogo
iniciado en la sala, continuado a lo largo del pasillo y rematado al
inicio de las escaleras. Lo demás es silencio.
ÁNGEL: Ignoro el
protocolo a seguir en el desplazamiento de cadáveres al Círculo
Mercantil e Industrial. No recuerdo ningún precedente, porque, hasta
donde me alcanza la memoria, allí los he visto desplazarse siempre
por sí mismos.
MIGUEL: ¡Vaya
papeleta!
ÁNGEL: Has conseguido
con notable constancia empapelar dos paredes a base de diplomas de
cursillos imposibles, ¿y ninguno ha tratado la cuestión que nos
ocupa? ¡Qué contrariedad!
MIGUEL: Ya puedes
imaginar cuál será el próximo. Me decanto, por el método
intuitivo: yo la cojo por los sobacos y tú por las corvas...
¿Preparado? Uno... dos... ¡y tres!
ÁNGEL: ¡Para, para!
Se estiran las piernas, se me desliza. Como si abrazara palos de
esquis. No funciona. En la silla, siéntala en la silla. voy a
cogerla de los tobillos... ¿No se le ha movido el cabello? Mírala,
con esas pecas que ha provocado la reacción... el pelo desplazado de
su lugar... parece... ¡parece el cadáver de Pipi Calzaslargas
madura! Venga, intentémoslo otra vez... ¿Ya?
MIGUEL: ¡Ya!... ¿Esto
qué es? Se le descuelga un mechón de pelo... se le cae... Ángel,
se nos está deshaciendo a piezas.
ÁNGEL: ¿Cómo dices?
Vamos mal, se hunde, pesa como una condenada, va arrastrando el culo
por todo el pasillo, resulta irreverente... se le arrugan las
medias.... los zapatos por el suelo... un pendiente... Si seguimos
así llegará al coche despojada de todos los complementos. En la
silla junto al taquillón, aquí, aquí. No son formas civilizadas de
transportar un muerto por mucha confianza que le tengamos; no está
bien.
MIGUEL: Allí. La mata
de pelo desprendida. Efectos secundarios del envenamiento.
ÁNGEL: A ver.
Descubrimos otra consecuencia de la alergia al Palosanto; apunta:
desprendimiento y caída de las extensiones.
MIGUEL: ¿La ponemos
panza abajo para que vaya más tiesa?
ÁNGEL: Rechazadas, por
antiestéticas, la propuesta y la formulación. A coscoletas. Hasta
el coche a coscoletas.
MIGUEL: No procede por
imposibilidad manifiesta: no se va a agarrar, tendencia irrefrenable
a dejarse caer como un fardo, absoluta falta de colaboración por su
parte.
ÁNGEL: Es verdad. No
podrá arrimar el hombro nevermore. ¡Con lo dispuesta que siempre ha
sido, mecachis! Y para ir encorvados, las escaleras resultan
insalvables.
MIGUEL: Entonces...
ÁNGEL: ¡Ya lo tengo!
Muy fácil, y sin cursillos. En la silla. La bajamos sentada, como
corresponde a una señora. En aquella que tiene brazos. La atamos al
respaldo con su cinturón, ¡y al chevrolet! Y si nos ve alguien de
esta guisa: beoda, borracha perdida, no aguanta los guisquises y se
ha emperrado en probarlo...
MIGUEL: Ya está
segura. ¿Quien se lo iba a decir: salir en volandas, echa una reina,
cual papisa del ajedrez. Si le ponemos estas flores del taquillón...
ÁNGEL: Una maya de
extrarradios con viruelas. El abrigo, cubramosla con el abrigo. Si
sale así, con la noche que hace, va a pillar un tabardillo... ¡Vaya,
por Dios, otra vez: la segunda vez que olvido...! Hasta que no
escriba una elegía no me acostumbraré... Venga, una... dos...
tres... ¡aúpa mi niña!
MIGUEL: ¡Qué buena
idea! Va de maravilla. ¿Nos dará tiempo a tomar algo después?
ÁNGEL: Yo creo que sí. Un par de cubatas no nos lo
quita nadie.
Rubahi Kuba, ensimismado en sus bollos, espera a
que suene el interfono. ¿Qué tiempo ha pasado desde que
desaparecieron las voces? No puede asegurarlo. Escucha atento.
Silencio. ¿Habrán dejando el portón de salida abierto? Decide
levantarse. Se acerca a la puerta sin dejar la bolsa, descorre el
seguro, abre...
- ¡Aaaaah!
- ¡Hostia, Don Kuba, qué susto me ha dado!
Ángel. Con un bolso y un cinturón ancho en el
hombro derecho, una cabellera o cola de caballo enmarañada en el
otro, zapatos con lentejuelas en la mano izquierda, el brazo derecho
en actitud de ir a llamar.
- Venía a devolver una silla que hemos utilizado y
a recoger estas cosillas que habían ido quedándose por el camino.
La hemos dejado en el coche, en el asiento que acostumbraba ocupar,
mirando por la ventanilla, como solía: últimos detalles para con
nuestra amiga. Miguel me encarga decirle que no se mueva de aquí por
unos días, él ya avisará. Y me despido, Don Kuba: no podré jugar,
como usted hubiera querido, el encuentro de ascenso. Mañana mismo
viajo a Ohanesburgo, y no sé cuándo volveré. Tengo allí un
pisito. Nada de otro mundo: dos habitaciones medianas, tirando a
pequeñas, cocina-salón confortable, una terraza con vistas que es
una delicia. Si se acerca usted por allí, visíteme. Sin compromisos
de ningún tipo, sin regomello. Miguel tiene mi dirección. Podremos
disfrutar de una velada segura: procuraré que no entre allí nada
que se parezca al palosanto, que nos ha dado una noche que para
nosotros se queda. Nada más mencionarlo, y me ha dado aprensión. Lo
que son las cosas de este mundo imprevisible, Don Kuba: mañana me
toca la primitiva, pasado mañana se muere usted... ¿Se encuentra
bien? ¿Sí? Como le veo apretarse el pecho... Bueno, pues me
despido, necesita descansar. Y yo también. Me quedaría otra media
hora, pero aún queda trabajo por hacer, y, la verdad, ha sido mucho
ajetreo para mí, ni tengo edad ni estoy acostumbrado a estas cosas.
Miguel espera. No se olvide atrancar bien la puerta: hay mucho
maleante suelto y le pueden dar un disgusto. Hasta siempre Don Kuba,
cuídese, el Club lo necesita.
Y Ángel se aleja por
el pasillo, desaparece por las escaleras, canturreando por Rafael
Farina:
Vino amargo es el que bebo
por culpa de una mujeeer;
porque dentro de mí
lleevo,
porque, .....
El Ajedrecista, cuando oye el portazo, baja a
echar los siete cerrojos. Realizado lo cual, siente como un dolor en
el pecho que se extiende por el hombro. Se sienta. Coloca una
pastillita debajo de la lengua y descansa. Al rato, se toma otra, que
acompaña con la mitad de una medianoche. No se siente bien. Se
levanta a descansar, subiendo los escalones descansando a tramos.
¿Quién lo convencería para quedarse en España, enseñando?
Miguel. ¿Y lo de arribar a Almería, contratado? Miguel. ¿Quién ha
provocado la muerte de la interfecta, y en su casa? Miguel.
Sempiterno Miguel. ¡Ese discípulo desquiciado provocará su
destrucción! ¡Y él sin advertir síntoma alguno! Se detiene.
¡Ahora, sólo ahora descifra el sentido de los ataques enloquecidos
de sus partidas y esa ortografía de demente en las entradas de su
blog!
- - - - - - - - - - - - -
Rubhai Kuba vive tres
días infernales encerrado en la casa, en un sobresalto continuo. Con
el corazón encogido escucha todos los pasos que se acercan, se
aproximan,... ¿se detienen en la puerta?, ¿no se detienen?, se
alejan, sí, sí se alejan, se alejan... Un flujo y reflujo
constante, permanente. En vilo... relajado... aterrorizado... con
suspiros de alivio... Voces que se demoran junto a su fachada... que
se retiran,... ¡Tocan a la puerta! ¡No, no, es en la del vecino; sí
la del vecino, que abre! Y las noches en vela, en alerta. Las
pesadillas de las duermevelas... Un sin vivir. ¡Y el condenado de
Miguel sin dar señales de vida!
Al cuarto día, por la
tarde, moviliza su voluntad. Se presentará en el Círculo y
terminará con esta incertidumbre que lo consume. No se ha afeitado,
único signo de decoro que ejecutaba en su persona. La barba arrastra
en su crecimiento restos no identificados. Rostro, demacrado,
chupado, sucio, de un color fundido en matices transgénicos. Ojos de
alucinado, engendrados en la conjunción de la tracoma y el insomnio.
No puede dar un paso. Se agota. Se ahoga. Descansa
de trecho en trecho, con sensación de vértigo. Por fín entra en el
vestíbulo del Cìrculo Mercantil e Industrial. Allí está el
portero. Se acerca tres pasos para indagar. El portero se aleja tres
pasos para contestar:
- ¿Todo en orrden
porr aquí? ¿Nada fuerra de lo común en loss últimoss díass?
- Nada de nada, Don
Rubén. La rutina habitual.
- ¿Ssegurro?
- Tengo esta semana turno de tarde, y le aseguro
que hemos tenido la misma tranquilidad de siempre.
Se dirige al ascensor. Dos socios esperan a la
puerta:
- ¡Ah, D. Sulpicio, qué cabeza la mía! Tengo que
presentarle a mi cuñado, que ha mostrado interés en conocerle. Está
en el café de aquí al lado. Venga conmigo. Ya volveremos más
tarde. Suba usted, suba, D.Rubén, nosotros nos vamos.
Al llegar al primer piso ve acercarse desde la
Biblioteca al Secretario, que ejecuta un elegante giro curvado para
cambiar de dirección y se adentra en los baños.
- D. Rubhai,
discúlpeme usted: una urgencia ineludible. Pero hable desde ahí.
¿Qué iba a decirme?
- ¿Ha vissto ussted a
Miguel, mi adjunto en lass classess?
- No, no lo he visto.
- ¿Y a Marribel o a
Don Ángel?
- Tampoco, tampoco los
he visto.
- ¿No ha ocurrido
nada en esstoss díass?
- ¿Tenía que ocurrir algo? Pregunte al
Presidente. He estado ausente, de viaje, casi dos semanas. He
regresado hoy, al mediodía.
D. Rubhai vuelve a
coger el ascensor y sube al segundo piso. La sala de bacarrás, el
recinto del dominó, los despachos, permanecen con su ambiente
habitual. Nada ha perturbado la vida cotidiana del edificio. El
Presidente no se encuentra por allí en estos momentos. Alza los ojos
al cielo: nadie está donde se le busca en este pais de azogados,
ocupadísimos en no hacer nada provechoso. No se ve con valor para
enfrentarse con la sala de ajedrez. Vuelve al ascensor, baja, cierra
la puerta. El ascensor sube. Mira alrededor, y decide volver a casa
por si Miguel contacta. Alguien grita por el hueco de las escaleras
señoriales: “Porterooo. Traiga ambientador. El ascensor jiede a
perros muertos”
Ya en su casa, recibe un emilio de Miguel: Calma
chicha. Crematorio irreprochable. Toda achicharrá. Ángel en
Ohanesburgo. Allá él. Usted en casa. Evite soponcios. Estudio
Indobenoni. División Honor al alcance de la mano. Mande ejercicios
por correo electrónico. xD.
- - - - - - - - - - - - -
El
tiempo todo lo cura. Tras dos semanas preparando on line al equipo,
sin llegar noticias inquietantes de ningún lado, el Excandidato
recupera parte de la seguridad perdida. Permanece el cansancio, la
respiración dificultosa, una presión discontinua en el pecho, pero
el miedo, la angustia, el recelo constante, han remitido. Incluso
hoy, sábado por la mañana, se siente con ánimo de ir a presenciar
el encuentro, alentar a los suyos. Dirige el club y su celo
profesional no le permite quedar en casa mientras sus jugadores
luchan en el tablero por un ascenso. Tiene que estar presente. Debe
de estar presente. Como signo de reconciliación con el mundo va a
ducharse. Si, lector, mi palabra de honor que el Ajedrecista se
ducha; vamos, que se está duchando. Abre un armario para descolgar
un traje impecable envuelto en su funda. De arriba a abajo, de fuera
a dentro, el Maestro se renueva. Reluciente como una patena. Llama un
taxi. Un círculo admirado y formando corrillos lo contempla pasar
por la terraza, entrar, subir al ascensor, dirigirse al salón noble
donde están para comenzar la ronda. Y allí, súbitamente, se
paraliza, echa manos al pecho, se dobla , retrocede trastabilleando.
Ante sus ojos el edificio se desmembra. Los marcos de los ventanales,
desprendidos, inician un empuje que hace saltar los balcones, en
volteretas de circo, tres mortales y medio, hacia el Paseo; las
paredes se alongan, se alejan en un movimiento simultáneo al
abobedamiento de los techos que, ahuecándose en las pinturas del
centro, desprenden las figuras que caen lentas, ligeras como plumas,
en contorneos voluptuosos, ondulaciones lascivas, hasta llegar a un
suelo al que manos poderosas e invisibles pliega como alfombra.
“Oigan, acudan, a
este hombre le ha dado un ataque” La encargada de la limpieza,
que anda por ahí, olisqueando y escaqueada, llama la atención de
los presentes. Acuden, lo tienden en un diván. “Arriba, en la
sala del bacarrá, está el doctor Argüelles. Voy a avisarle. Llamen
al cero sesenta y uno.” El enfermo oye ecos distorsionados de
voces siderales sonando en el espacio interior de una campana
inmensa. Todos hablan, todos dan indicaciones, nadie hace nada. En el
caos de una Creación que pierde sus fundamentos, Rubhai Kuba adivina
a ráfagas una escena nítida, clara, que se abre paso en medio de
tanta confusión de formas. Fué al entrar en el salón, al mirar las
mesas con los jugadores ya sentados. Allí. La escena se le
representa en todos sus detalles. Sentados en los tableros tercero,
cuarto y quinto; Miguel, Ángel y Maribel, lo saludan efusivos, con
una simpatía cordial, dicharachera. Alzan los brazos para recibirlo
con un gesto alegre de la mano. Se les ve contentos.
Abre los ojos para comprobar. Ahí están, entre
el público que lo rodea.
MARIBEL:
D. Rubhai, ¿me oye? No hable, no
realice esfuerzos. El médico viene ya, está aquí al lado... Algún
mareo de nada... alguna alergia mal tratada... Solo un susto. Míreme
usted a mí: en peores situaciones me he encontrado, como ya sabe, y
aquí me ve, tan campante.
ÁNGEL: Don Kuba, no se deje llevar por la alarma.
Son muchos días encerrado, y claro, al salir, la debilidad le ha
jugado una mala pasada. Además, se ha bañado usted. ¡Qué
imprudencia: de golpe y sin estar habituado! Estas cosas se hacen
poquito a poco. En fín, en cuanto esté de pié, nos montamos otra
soirée en su domicilio. Yo me encargo de los canapés, Maribel de
disponer la mesa y Miguel de las bebidas. Usted, ni molestarse.
Rubhai Kuba, los aparta con movimientos de brazo:
“No... no...” En un último esfuerzo, se incorpora del
diván, ase a Miguel por una manga, lo aproxima, se le oye
sentenciar: “Assí... ¡assí no
noss classificamoss!”, y se derrumba. Es el
momento en que llega el Dr. Argüelles, el Presidente y el Secretario
del Círculo. “A ver, apartense todos. Déjenlo respirar. Pedro,
despeja la sala. Todos fuera.” Examina el cuerpo. “Este
hombre ha fallecido”.El Presidente toma el mando: “Venga,
vayan abandonando el salón, como ha dicho el doctor. Nosostros
esperamos a la ambulancia. Pedro,llama al seguro, que se encargará
de todo. Avisa a la familia. Hoy no se juega; en estas
circunstancias...”
- - - - - - - - - - - - -
Al salir desalojados,
en los escalones de la terraza, charlan los tres protagonistas de
nuestra historia bajo un Sol de invierno espléndido y en la calma de
una mañana luminosa que invita a pasear. Poco a poco van acercándose
hasta la Rambla mientras se entregan a una conversación amistosa.
MARIBEL: Un día
magnífico en todos los aspectos. Me encuentro ligera, feliz,
liberada de preocupaciones, con esa agradable languidez del
convaleciente que ha dejado atrás una enfermedad del alma. ¡Qué
incordio de hombre! Lo acaparaba todo, no dejaba meter baza en nada.
Y cargante: siempre encima de una. No había forma de progresar en el
Club, en el Círculo. Feo de ver, insufrible de oler, peligroso de
tocar. ¡Pero todo se ha acabado, gracias a Dios!
ÁNGEL: Y a mi persona,
que si no elaboro este plan ingenioso estaría arriba gruñendo cada
jugada de los componentes del equipo, diciendo y echando pestes de
todo y por todo. ¿Cómo se te ocurrió blindar el contrato?
MIGUEL: No sabía lo
insufrible que llegaba a ser. Inaguantable. Ya me extrañó la
prontitud del antiguo club en cedérnoslo sin plantear pega ninguna.
Me tenía la casa como ya lo habéis comprobado: tendré que fumigar,
desratizar, organizar batidas. Había dejado de pagar el alquiler por
las bravas. Pretendía que lo hiciera el Club alegando la letra del
contrato, que no leí por incauto antes de cederle la casa. ¡Y quién
es el guapo que le cobra al Círculo! Indesalojable. ¡Y encima,
ponía mi juego de cuarta y media en los análisis! Me colocaba dos
interrogaciones en todas las jugadas, que parecía la planilla un
test apretado y exhaustivo. ¡Con deciros que no me dejaba beber
durante los torneos!
ÁNGEL: ¿Éso hacía?
MIGUEL: Tal y como te
lo digo.
ÁNGEL: ¿Ves? El que
la hace, la paga.
MARIBEL: No sabemos en
qué podía haberte agraviado. Criticaba tu indolencia, la
incapacidad de realizar un esfuerzo continuado. Pero ésto, hasta
donde sabemos, te es indiferente. ¿Lo has hecho por amor al arte?
¿Te excitaba el planearlo, imaginar todo el tinglado de la farsa, la
curiosidad intelectual por ver cumplidas las consecuencias previstas?
ÁNGEL: ¡Oh, la
indolencia! La indolencia es un signo de hombre superior.
Entiéndaseme: la indolencia en llevar a acto lo que ya está
desarrollado en el espíritu. Dió un paso más allá de la mera
constatación de que nadie ha visto ni una página mía. ¡Ponía en
duda la existencia de mi literatura no escrita! Arruinaba así mi
bien merecida fama de gran escritor sin tomos para leer, con una
mentira falaz, con una falsedad de hecho, con la malignidad de un
demonio ajedrecista que propagara el caos en una partida de la
confusión.
MARIBEL: Se comprende.
Era un hombre imposible. Pero también podrías aportar algo más
sólido, que pueda leerse con los ojos de la cara, no de la mente. No
has sido para darnos ni una mísera línea de guión. Hemos tenido
que confiar en nosotros mismos para todos los detalles. Y no lo digo
por mí, sino por Miguel. En mi caso, con adoptar unos visages raros,
por no calificarlos de gilipoyas, aprendidos cuando me dedicaba el
teatro universitario de vanguardia, me he apañado. Pero Miguel...
ÁNGEL: Miguel ensarta
una mentiras tras otra con una tranquilidad pasmosa, imperturbable.
Un maestro de la improvisación inmediata ante el que me descubro.
MIGUEL: No te podrás
quejar en tal aspecto por falta de cualidades eminentes.
ÁNGEL: No puedo
quejarme, pero de vez en cuando me aturrullo. ¿No os he aportado el
tono de las escenas, el aliento del drama, las direcciones de los
diálogos, el sentido total y parcial de la obra? Sois inteligentes y
lo habéis captado plenamente. Papeles, bolígrafos, cartuchos de
tinta, pendrais, disketes, textos digitales... ¿qué importan cuando
todo está ya aquí, en el entendimiento y el corazón? Trabajaero
absurdo, de menestrales.
MIGUEL: ¿Y qué
hacemos con toda la mañana por delante?
ÁNGEL: Y no sólo esta
mañana. ¿No os digo que nada debería de pasar de la potencia al
acto? Ahora, habiendose cumplido la representación. la obra pensada
cierra todas sus puertas, ya no puede desplegarse en otros caminos.
Por lo pronto, os voy a invitar a un café delicioso con unas porras
discretas y estimulantes, en un kiosko que yo me sé. El mundo se lo
merece.
MARIBEL: Si me das más
protagonismo, puedo informar que el Secretario me está colocando
dificultades bastantes molestas. Está en mi contra.
ÁNGEL: Lo cual no
podemos consentirlo.
MIGUEL: A lo que se
añade que lo veo amarillento, bilioso, pajizo. Se lleva la mano al
costado con alguna frecuencia. Y me mira de reojo, como echándome
mal de ojo.
ÁNGEL: Primer paso a
seguir: descubrir qué enfermedad le aqueja.
MARIBEL: Lo del mal de
ojo, no deberíamos de extrañarnos. Se dedica al ocultismo, la
magia, las cartas astrales, al esoterismo. Algo de éso, por estilo.
ÁNGEL: Pero, ¡eso es maravilloso! Un esoterista
con el hígado estropeado... Allí mismo, a nuestro alcance, y
fastidiando. Preveo mi obra maestra. Tendré que tratarlo y sacudirle
el cerebro unas cuántas veces. Toda la imaginería que movilizaré
será algo digno de contarse en la posteridad si lo escribiera. Hoy
mismo me pongo a repasar toda la parafernalia gnóstica, ocultista,
esoterista, astralista, cabalística, rosacrucista, alquimista,
teosofista, martinista, masónica, Flamel, Saint Germain, Madame
Blavatsky, bueno, Madame Blavatsky no, porque es muy farragosa y muy
lianta, Stanislav de Guaita, Eliphas Levi, Peladan, Papus, Aleister
Crowley, Fulcanelli, Aurora consurgens, Splendor Solis, Libro de la
Santísima Trinidad, Donum Dei... ¡Qué grandiosas perspectivas!
Recaerá sobre mi todo el peso de esta obra ingente. Sereis mis
acólitos. Me revestiré de las vestiduras talares propias de un
majestuoso sacerdote en las iniciaciones de la Acrópolis de Knossos,
barajaré con maestría insuperable la combinatoria astral y
esotérica de una cábala rosacruciana, descifraré los ocultos
designios que encierran las crípticas distribuciones en los posos de
los Riojas Gran Reserva. Irradiaré un halo taumatúrgico y
deslumbrador. No me dura un asalto: en tres sesiones me lo cargo, o
lo dejo resblandecido para siempre. Esto promete, amigos míos.
Lentamente, van subiendo por la Rambla hacia su
café con churros. En el Círculo, el cuerpo de Rubhay Kuba es
trasladado a un espacio lateral donde se amontonan trastos en espera
de que se hagan cargo de él los señores del seguro. La familia ha
sido avisada. Al día siguiente, el mundillo ajedrecístico de
Kurdasestán, acogerá, respetuosamente conmovido, la noticia de su
muerte.
______________________________________________________________________
F
I N
A ver, anoche, o ayer tarde, cuando entré tú aún no habías insertado el texto y Ángel sí. Resumiendo, he insertado en su contexto dos comentarios al mismo.
ResponderEliminarAhora que se que está aquí, la segunda parte y siguientes las resumo en la Alacena.
Voy leyendo por la página 6, en tamaño de letra de 13 pixeles, de un total de 24.
Resumiendo lo leído hasta ahora. Divertido, realista, morboso, simpático, atrevido... a mi pequeña persona le está haciendo reír y llorar el muy jodio. Está guapo.
Dime que te ha sorprendido. Miguel. Si lo has leído es imposible que no te hiciera gracia, te sintieras como en casa. Te personaliza estupendamente. Da con el clavo en las situaciones y las conversaciones.
ResponderEliminarLa verdad, como le decía a theleme, hacía siglos que no me reía tanto.
Como ya le dije en un email, la obra es excelente, y como te dije a ti en el Tayko. Está súper lograda y la caracterización de Kubba me super-ultra-hyper-mega-encanta
ResponderEliminarAhora mismo lo que veo es de lo más aburrido.
ResponderEliminarMe explico. Entrar y ver tanta desidia, desinterés, ni una anotación de nadie, salvo las mías, cansa y mucho. Decisión.
Me borro de seguiros, a la Alacena y a Theleme.
Sois jóvenes, saludables, apuestos, apañaos, guapos, soberanos, jugadores, emprendedores, pero lo más VAGO que parió madre también.
Me tomo unas vacaciones.
Chau y que os vaya bien.
maribel cerezuela
Ok, un beso
ResponderEliminar