Miguel Álvarez
Maribel, Maribel.
Maribel ese ser bonachón que todos tenemos como amigos, esa persona buena, hacedora de conciencia, esa persona que hay en todos los circulos, esa que se aburre mucho, y fruto de ello tiene ideas descabelladas como ser izquierdosa o lanzar retos al aire, a nosotros, sus pobres amigos, indefensos ante esa mirada de cordero acompasa con un leve giro de cuello, su marca.
Pues bien, al parecer, yo no me enteré, nos reto hace unos días, a principios de mes ha escribir un relato, donde el sombrero tuviese cierto protagonismo y bien, claro está y citadas sus armas, anteriormente, no hemos tenido más remedio que aceptar, dicho reto, mi gran amigo Ángel Simón del blog La Trtulia de Theleme y un servidor. Eso sí, el de ella no sabremos cuando estará en su blog Diariovoz
"Manuel qué haces" -Preguntó Pablo, el nieto más pequeño, a su abuelo-
"Lo que antes que yo, hizo mi padre" -Contesto Manuel, mientras Pablo, de 8 años, miro extrañado a su abuelo, como entrelazaba, con sus manos, unas plantas secas, para salir corriendo de casa e ir a jugar a las chiqueras.
Manuel era un hombre de vida, un hombre del campo, desde pequeño criado entre tierras y animales, conocedor de los secretos de la vida, del esfuerzo.
Hombre con sombrero de paja (gentileza de GM Barranco) |
De joven debió ser un hombre alto, alto y delgado, ahora, con el paso de los años y los esfuerzos de la vida, era más pellejo que carne, más hueso que vida y acusado, por una gran "chepa" causada sin duda, por los años, los meses, por del día a dia incesante en una vega, azada en mano. Su aspecto lo hacía inconfudible, reconocible desde lo lejos, alla por donde fuere siempre iba igual, sus pantalones, de ese color gris feo, cómo lo llaman...¡gris Marengo! y su camisa, de aquellas de la guerra, esas de franela a rayas, que como dice mi abuela "duran toda la vida"sus alpargatas de tela negra y suela de cañamo y como no, inseparable, su ajado y mugriento sombrero de paja, que aparantaba tener, al menos, tantos años como él.
Como cada fin de semana Pablo volvió, con su familia, al cortijo de los abuelos, y allí sobre la mesa encontró un bonito sombrero nuevo, de blanca paja, parecido al de su abuelo, pero mucho más limpio y pequeño, con una nota que rezaba: "ven donde los pollos, el abuelo Manuel"