Miguel Álvarez
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Otoño |
Se apacigua lentamente la luz
y se cubren los caminos, las sendas y los parques
de ese manto, aún vivo, expirando sus últimos suspiros.
Suspiros que abren las puertas al frio.
Se apagan los colores y enmudecen los sonidos,
se carga el aire de olores; a tierra húmeda, a candela y vino.
Es una tarde tranquila.
Es la estancia de la tierra.
Es un contraste de luces.
Es la vuelta a la rutina.
Aún quedan días de brillos
para que repunte el amor
aún queda, entre las hojas del escritor,
esperanza e ilusión.