El pasar de los días incesantes y monótonos, despertar, café del malo, noticias, crisis, paro, desastres, muertes, guerras, hambres, hacer la compra, cocinar, comer y fregar, andar bajo el torrido sol en busca de un qué hacer, llegar, duchar, descansar, cenar, no tener para pagar, pensar y como siempre, una vez más, dormir y volver a empezar, atronillaban cada vez más el ambiente, seco y acolorado de un verano mediterraneo que no dejaba transpirar las mentes de los hombres, y en esta, en este marco de pasión ardiente, de divageos inútiles y sin sabores varios, la rueda de la vida unió, por destino o azar dos mentes dispares, que al juntarse divagaban por los rios y efluvios de la vida.
Él, desahuciado de esperanza, moribundo en el deseo de ser como antaño explotado, casi exclavizado habíalo ya todo dado.
Ella, desquiciada, amargada del frenesí de la vida, de los excesos del dinero, de una familia que no tenía más familia que el trabajo y el deber, ella, cansada de vivir una vida tan intensa que no dejaba lugar al sentir.
Ella, desquiciada, amargada del frenesí de la vida, de los excesos del dinero, de una familia que no tenía más familia que el trabajo y el deber, ella, cansada de vivir una vida tan intensa que no dejaba lugar al sentir.
Al caer el ocaso, con el despertar del subconsciente, amparandose ambos para no pecar de locos en el cansancio de la noche, bromeaban con la muerte.
Sin parar, bromeaban o no, en busqueda de un suicidio digno, de uno a la altura de sus seres superiores, construidos de una pasta de tapioca alimentada por las tintas de experiencias de unas vidas ya vividas.
Una noche, sin previo aviso, dos cadaveres y una frase: El fin no es más que el principio de otra etapa
¿qué había pasado? ¿Qué dió lugar al suicidio?...